sábado, 14 de abril de 2012

Sentado bajo el plano del metro


Es sábado, me despierto demasiado temprano para ser fin de semana; me espera un día repleto de compromisos, el primero, una mudanza. La ducha no me ayuda a despertar, pruebo suerte con la segunda taza de café y me voy al metro. A estas horas los vagones van casi vacíos, apenas cuento a quince personas a lo largo de todo el tren de la línea diez. De camino al norte de la capital se van incorporando pasajeros. En Tribunal se llena algo más el convoy y a mi lado se sienta un joven con un chico en brazos, que no para de darme patadas en el libro y no me deja leer. Llegamos a Gregorio Marañón y entra en el tren una chica de rasgos latinos. Todos los pasajeros  nos quedamos mirándola fijamente. Su piel es tostada, su cabello largo, teñido de castaño. Tiene los ojos grandes, maquillados de manera que le realzan su color verde. Su nariz es chata y sus labios carnosos. Lleva poco maquillaje en la cara, no lo necesita.  Viste una chaqueta de piel marrón con infinidad de cremalleras y bolsillos. Unos pantalones pitillo oscuros y unos zapatos de color azul eléctrico con más de diez centímetros de tacón. De su cuello cuelga un pañuelo de flores, pero la caída de este deja intuir un pecho abultado. Lleva las uñas desgastadas, apenas quedan restos del esmalte rojo que lucían. En la mano lleva un teléfono móvil Alcatel, antiguo, de hace por lo menos cuatro años. No deja de mirarlo y sonríe. Llegamos a Nuevos Ministerios y el chico de mi lado se baja del tren. La chica estaba sentada a dos asientos del mío y se acerca sin retirar la mirada del teléfono. La miro y me sonríe. Lleva una pequeña maleta negra, está un poco sucia, y a su lado una funda de ordenador portátil a juego con la otra valija.  Se levanta, se pone frente a mí y observa durante unos segundo el plano del metro que hay pegado sobre mi asiento. Vuelve a su sitio y me mira durante unos instantes. Me hago el distraído, pero no consigo leer ni una sola palabra de las que hay en el libro. Vuelve a la posición anterior y sigue mirando el plano del metro, esta vez se acerca más a mí y consigo percibir su olor. Repite la operación varias veces y cada vez la siento más encima. Acerca su maleta a mí y sonríe de nuevo. Empiezo a sentirme incómodo, esta totalmente pegada y no sé cómo actuar. Repite la operación por quinta vez y parece asegurarse de cuál es la parada siguiente. Se sienta por última vez, se queda mirándome fijamente, me sonríe descarada y a mí me tiemblan las piernas. La megafonía anuncia la siguiente parada: Cuzco. Posa su mano en mi pierna, no sé qué decir. Hemos llegado a la estación; agarra sus dos piezas de equipaje y se baja del metro.  Me quedo desconcertado, la admiro al caminar son esos enormes tacones. Me ha dejado sin palabras.