Entrar al metro en hora punta después de haber dormido poco
y mal. Descubrir que el vagón va casi vacío y tienes un sitio para sentarte al
lado de una mujer que va leyendo en su Kindle
y se sienta con las piernas bien abiertas; como en el sofá de su casa. Conseguir
hacerte un hueco entre el barrote y el brazo de la vecina de asiento y quedarte
unos segundos en Babia ante el sopor del sueño no reparado. En ese instante
sentir que alguien se te acerca y se pone enfrente; te sonríe y te saluda.
Justo ahí despiertas del letargo y descubres que es una antigua compañera de la
universidad. Aquella que tanto te recordaba a la actriz de cine porno Audrey Bitoni, sigue
igual, su cuerpo no ha cambiado; su piel morena brilla y su pelo liso y oscuro
desprende el característico olor a espuma de la marca Llongueras. Hablar
durante dos paradas sobre la época tan mala que atraviesa vuestro país, vuestra
profesión y comentar el estado en que os encontráis antes de despedirnos. Que
se baje en la siguiente estación y quedarte de nuevo ensimismado, pensando en
escenas de películas de Bitoni. Recrearlas tu cabeza con ella como
protagonista. Escenas de sexo duro, imágenes que se suceden dentro de tu mente
y hacen reaccionar a tu cuerpo. Pasarte la parada. Un día más llegas tarde.
La imaginación es lo mejor del mundo.
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